EL LECHERO L

Los niños del País de las Letras crecían sanos y fuertes gracias al lechero L, porque la leche es un alimento muy importante. Nuestro llllechero hacía mantequilla con la leche que le sobraba y se la vendía al pastelero… ¿Quién es el pastelero? El señor P, ¡naturalmente!

El lechero L preparaba batidos que llevaba a la doctora para que se los recetase a los niños enfermos, y hacía queso para vender, porque el queso es muy nutritivo y pone tan fuerte como la leche.

Todas las mañanas, el lechero L se levantaba muy temprano para ordeñar las vacas. ¿Quién sabe qué es ordeñar vacas?… Sacarles la leche. Muy bien. La ponía en lecheras muy grandes y la llevaba con un carro por la ciudad. Ahora ya no se compra así la leche, ¿verdad?

Al llegar cerca de las casas de sus clientes, gritaba: «¡Lllleeeecheeeeroooo!». La gente dejaba sus trabajos y salía a la calle a comprar la leche necesaria para su familia.

Los reyes hacían lo mismo, porque también necesitaban leche para sus hijos. A la princesa O y al príncipe E les encantaba la leche fría. La tomaban a la hora de comer como si fuese agua. La princesa I solo tomaba medio vaso, porque, como era tan delgada, enseguida se llenaba.

Con ella también hacían ricos flanes, natillas o chocolate para mojar los picatostes que el panadero P les llevaba cada mañana.

¡Qué ricos, pero qué ricos que estaban! Hasta la princesa I se alegraba cuando sus padres preparaban aquellos deliciosos postres.

El príncipe E, tan travieso como siempre, un día quiso levantar la pesada lechera que el señor L había dejado en el jardín. Cuando ya había conseguido levantarla, tropezó y se cayó, y, con él, la lechera y la leche. Parecía que se había dado una ducha de nieve, con toda la leche por encima. ¡Estaba tan blanco!

Un perro que había por allí se acercó a lamer toda la ropa del travieso príncipe E. Como siempre, acabó en la ducha. Tuvieron que ponerle ropa limpia. El rey U pagó la leche derramada, pero luego el príncipe tuvo que ir devolviendo el dinero, quitándoselo de sus propinas. Era justo. Así aprendería a ser más cuidadoso.

Normalmente, cuando el lechero terminaba su trabajo, se iba al huerto a cultivar y a coger llllechugas, que le encantaban para la ensalada. Un día se llevó de paseo a las vacas. Las dejó a la orilla del río pastando, pero, cuando se dio cuenta, ya las tenía dentro del huerto comiéndose las lechugas, así, solas, aunque no estuvieran aliñadas como en la ensalada… No pudo enfadarse, pues la culpa era suya por no tener más cuidado. Otra vez las dejaría atadas para que no hiciesen travesuras.

Para hablar como el llllechero, tenemos que tener la boca abierta y la punta de la lengua detrás de los dientes superiores. Hagamos nosotros de lechero y gritemos como él: «¡Llllecheeeeroooo, llllecheeeeeroooo, rica llllecheeee! ¡Llevo nata, mantequilla y queso! ¡Llllechero!».

Vamos a ver qué podemos decir cuando la «l» va en compañía de los reyes y de sus hijos: «Lu, la, li, lo, le». Fijaos bien en cómo suena, porque luego os presentaré a un primo suyo que es el portero del palacio de los reyes.

 

EL PELUQUERO P QUE LUEGO FUE PANADERO

Cuando la gente del País de las Letras quería arreglarse el pelo, afeitarse la barba o el bigote, ¿adónde creéis que iban? A la peluquería, claro. Pero el problema era que allí no había peluqueros, y esto preocupaba a los reyes.

Pidieron voluntarios y fueron varios los que se ofrecieron para realizar el trabajo, pero todos lo hacían tan mal que duraban muy poco tiempo.

El último que se presentó fue el señor P , porque creyó que lo iba a hacer muy bien, ya que, con su forma de hablar, se podía decir «peluquería».  Empezó su trabajo y todos salieron contentos: lavaba, peinaba, cortaba el pelo y cobraba poco dinero.

Todo fue bien hasta que un día el señor P, que estaba muy cansado porque había dormido poco, se despistó y todo le salió mal. Primero entró una señora a rizarse el pelo. Se lo cortó tan corto tan corto que casi parecía calva. ¡Qué disgusto el de la señora!… Lloró, se enfadó, gritó, pero aquello ya no tenía remedio. Y después entró un señor a cortarse el pelo, pero a él se lo rizó como a una señora y le preguntó si quería que le hiciese un moño. ¡Huy! Aquel señor salió corriendo de la peluquería y no volvió más.

Como no dejaba de tener despistes, los reyes sugirieron al señor P que dejase la peluquería y se buscase otro trabajo. El señor P pidió pppperdón y se fue a su casa.

Habló con su familia y le convencieron para poner una ppppanadería-ppppastelería. Era lo mejor para que todos le perdonasen y estuviesen contentos. La gente siempre entra contenta en las pastelerías a comprar pasteles, caramelos, chocolatinas y… ¡decidlo vosotros! ¿Qué otras cosas se pueden comprar en una pastelería? ¡Muy bien!

Así fue como el peluquero se convirtió en el panadero P. Empezó a elaborar unos pasteles riquísimos y muy baratos. Tan contentos quedaron los habitantes del País de las Letras que pronto se olvidaron de sus despistes.

Todas las mañanas, a la hora del desayuno, el panadero P se dirige al castillo a llevar a la Familia Real los bollos recién sacados del horno, o una tarta para el postre, o porras y picatostes para el chocolate de la merienda. ¡Ah!, pero, después de comer tan deliciosos dulces, siempre se lavan los dientes para evitar que se les estropeen.

En el castillo, habla un rato con cada miembro de la Familia Real para enterarse de lo que más les gusta. Son tan parlanchines que, cuando se juntan, hablan todos a la vez. El panadero P dice: «Pppp», que quiere decir «¡Buenos días!»; y el rey U contesta: «¡U, u, u,u!». Pero uno no espera a que salude el otro para contestar, sino que hablan los dos al mismo tiempo.

Es muy divertido escucharles a todos: «Pa, pe, pi, po, pu».

Cuando hablan varios juntos, dicen cosas que se entienden, como papá, Pepa, pío, pupa, pipa, y otras muchas. Si al panadero P le acompaña su mujer, todavía dicen muchas más… Otro día os la presentaré y hablaremos con ellos.

Tenéis que saber que, desde que los gigantes se enfadaron, nadie puede caminar hacia el País de los Gigantes, que está a la izquierda, porque ellos esperan mandarles un viento helado para que se pongan muy enfermos. El señor P y todas las letras caminan siempre hacia la derecha; sus pies nos lo dicen. No lo hagáis nunca hacia el otro lado porque, ¡pobrecitos!, ¡no sé que sería de ellos!

 

OH LÀ LÀ

Comenzamos nuevo trimestre y nuevo viaje. Esta vez Moli nos lleva a conocer París.

Y para introducirnos en nuestro nuevo proyecto hemos organizado una actividad en la que cada uno tenía una pieza de puzzle con su nombre y tenía que encontrar las que faltaban para completar la imagen de un monumento importante de la cuidad y así también descubrirían quien iban a ser sus nuevos compañeros y compañeras de equipo.

Una vez montados los puzzles y encontrado los equipos, han bajado a las clase de 3 años a preguntar a las profes el nombre del monumento, que pasará a ser el de su equipo (Torre Eiffel, Arco del Triunfo, Louvre, Moulin Rouge y Notre Dame).

¡Qué bien lo hemos pasado!

 

EL PRÍNCIPE E

El príncipe E es el segundo hijo de los reyes del País de las Letras. Os lo voy a presentar enseguida para que lo conozcáis.  Tiene los pelos muy revueltos, lo que le da un aspecto de muy travieso. No para ni un momento; siempre está corriendo de un sitio para otro. Le gusta descubrir todo antes que nadie, porque es muy curioso y siempre está preguntando para qué sirven las cosas y cómo funcionan. Como es tan inquieto, prefiere estar en el jardín de palacio que en su habitación. Es el que mejor conoce todos los rincones. Pero, como también es muy despistado, a veces mete el pie donde no debe o pisa las flores sin darse cuenta. Por eso, el jardinero tiene que estar pendiente de que no se haga daño al tropezar con una piedra o se caiga al estanque de cabeza. En su despiste, el príncipe E nunca se entera a la primera cuando le llaman. Siempre responde dos o tres veces antes de enterarse de lo que le dicen: «¿Eh? ¿Eh?». Por eso le llaman príncipe E. Cuando era pequeño, le regalaron un elefante de verdad y, desde entonces, es su mejor amigo, aunque ahora el animal es enorme. Todos conocen al elefante del príncipe y nadie se asusta, incluso el erizo, con el que una noche tropezó en el jardín y se pinchó; son ahora muy buenos amigos.

Cuando el príncipe E quiere montarse encima del elefante, este se pone de rodillas para que él suba como si estuviese ascendiendo a una montaña. Al llegar arriba, dice muy fuerte: «¡Timbo, arriba, levanta!», y Timbo se levanta obediente y empieza a caminar. Así pasan horas y horas sin cansarse ninguno de los dos. Al príncipe le encanta estar subido a Timbo porque desde ahí arriba dice que se ven requetebién todas las cosas que están más altas que él. Ve las peras maduras de los árboles y puede cogerlas… ¡Qué ricas! Ve los nidos de los pájaros y cómo nacen los polluelos rompiendo un poco los huevos con el pico… Ve las campanas de la torre tocando de alegría: ¡Talán, talán, talán!  Cuando sus hermanas le piden una pera o subir un rato al elefante, se hace el despistado con su acostumbrado: «¿Eh? ¡Estoy tan alto que no oigo nada!». Sus padres le advirtieron que, si no dejaba jugar a las princesas, llevarían el elefante a un circo, y el príncipe no tiene más remedio que dejarlas subir. La princesa O se cansa mucho al intentarlo. Un día, se cayó rodando por la cola del elefante, cuando este echó a andar, así que dijo enfadada: «Esto es muy cansado, me aburro y no quiero intentarlo más». En cambio, la princesa I sube y baja muy deprisa sin caerse. En verano, el elefante se coloca al lado de la piscina, y los príncipes, al deslizarse por la trompa a modo de tobogán, caen dentro del agua con gran alegría y alboroto. Otras veces, si han jugado mucho y están llenos de polvo o de barro, el elefante llena su trompa de agua y, cuando están descuidados, les da una ducha. «¡Qué bien! ¡Qué divertido!», dicen el príncipe E y la princesa I, y vuelven a empezar.

 

 

 

 

MUSEO THYSSEN

El pasado martes 6 de marzo, las niñas y los niños de Infantil 4 años, fuimos de excursión al museo Thyssen Bornemisza a realizar una actividad llama «Dentro y Fuera», en la que observábamos diferentes cuadros y veíamos la unión entre todos ellos siguiendo una historia y viendo lo que había dentro y fuera de cada uno.

Nos ha gustado mucho y nos hemos portado genial!!