EL PRÍNCIPE E

El príncipe E es el segundo hijo de los reyes del País de las Letras. Os lo voy a presentar enseguida para que lo conozcáis.  Tiene los pelos muy revueltos, lo que le da un aspecto de muy travieso. No para ni un momento; siempre está corriendo de un sitio para otro. Le gusta descubrir todo antes que nadie, porque es muy curioso y siempre está preguntando para qué sirven las cosas y cómo funcionan. Como es tan inquieto, prefiere estar en el jardín de palacio que en su habitación. Es el que mejor conoce todos los rincones. Pero, como también es muy despistado, a veces mete el pie donde no debe o pisa las flores sin darse cuenta. Por eso, el jardinero tiene que estar pendiente de que no se haga daño al tropezar con una piedra o se caiga al estanque de cabeza. En su despiste, el príncipe E nunca se entera a la primera cuando le llaman. Siempre responde dos o tres veces antes de enterarse de lo que le dicen: «¿Eh? ¿Eh?». Por eso le llaman príncipe E. Cuando era pequeño, le regalaron un elefante de verdad y, desde entonces, es su mejor amigo, aunque ahora el animal es enorme. Todos conocen al elefante del príncipe y nadie se asusta, incluso el erizo, con el que una noche tropezó en el jardín y se pinchó; son ahora muy buenos amigos.

Cuando el príncipe E quiere montarse encima del elefante, este se pone de rodillas para que él suba como si estuviese ascendiendo a una montaña. Al llegar arriba, dice muy fuerte: «¡Timbo, arriba, levanta!», y Timbo se levanta obediente y empieza a caminar. Así pasan horas y horas sin cansarse ninguno de los dos. Al príncipe le encanta estar subido a Timbo porque desde ahí arriba dice que se ven requetebién todas las cosas que están más altas que él. Ve las peras maduras de los árboles y puede cogerlas… ¡Qué ricas! Ve los nidos de los pájaros y cómo nacen los polluelos rompiendo un poco los huevos con el pico… Ve las campanas de la torre tocando de alegría: ¡Talán, talán, talán!  Cuando sus hermanas le piden una pera o subir un rato al elefante, se hace el despistado con su acostumbrado: «¿Eh? ¡Estoy tan alto que no oigo nada!». Sus padres le advirtieron que, si no dejaba jugar a las princesas, llevarían el elefante a un circo, y el príncipe no tiene más remedio que dejarlas subir. La princesa O se cansa mucho al intentarlo. Un día, se cayó rodando por la cola del elefante, cuando este echó a andar, así que dijo enfadada: «Esto es muy cansado, me aburro y no quiero intentarlo más». En cambio, la princesa I sube y baja muy deprisa sin caerse. En verano, el elefante se coloca al lado de la piscina, y los príncipes, al deslizarse por la trompa a modo de tobogán, caen dentro del agua con gran alegría y alboroto. Otras veces, si han jugado mucho y están llenos de polvo o de barro, el elefante llena su trompa de agua y, cuando están descuidados, les da una ducha. «¡Qué bien! ¡Qué divertido!», dicen el príncipe E y la princesa I, y vuelven a empezar.